VANGA Y EL TEMPLO

VANGA Y EL TEMPLO

VANGA Y EL TEMPLO

 

El libro ilustra la vida excepcional de una gran personalidad, sellada con el peso de la cruz de la ceguera y la percepción de los destinos de los hombres y de los pueblos. En él se puede apreciar cómo la Profetisa, a su iniciativa y con recursos propios donados por sus seguidores, construyó uno de los primeros templos en Bulgaria después de la caída del comunismo en 1989.

Se han incluido más de 100 fotografías que muestran las etapas de la edificación del templo: las fotos revelan la transformación de un lugar agreste y desolado en un ­oasis de la espiritualidad y la fe.

 

«Dios me dio el talento de servirle a la gente. Les ayudaba, compartía su dolor y su pena… Quise construir el templo de Santa Petka y lo he construido. Mi promesa está cumplida. Mi sueño se hizo realidad. Ahora voy a rezar por mi pueblo, por su buen futuro… Que no haya guerras ni en casa ni por el mundo, que no haya sangre sino que nazcan niños… Lo he dicho una y otra vez: vendrán buenos tiempos para Bulgaria».

(Agosto, 1996)

Албумът е на испански език. Към него има DVD с документалния филм на журналиста Тома Томов „Тъй рече Ванга“ със субтитри на испански.

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MÁRTIR Y SANTA

Galab Zegveliev

Al sentarme a escribir sobre la tía Vanga, me invaden centenares de recuerdos y es difícil ponerlos en orden. Agradezco al destino por haber decidido que fuera uno de los allegados de confianza de la tía Vanga, por tener la oportunidad de ir conociéndola a lo largo de muchos años, de ser testigo del bien que hacía, de ser afín al templo que construyó y a la fundación que creó.

Desde que tengo recuerdos, el nombre de la tía Vanga se mencionaba en mi familia con respeto y consideración. De niño no entendía a qué se debía eso, pero en mi memoria se han grabado momentos en que mis padres hablaban de ella como de una salvadora y buscaban su ayuda.

Tuve la oportunidad de ver a la tía Vanga en 1957 cuando mi abuelo Iliya me llevó consigo al ir a visitarla. Llegamos frente a su casa de Pétrich a primeras horas de la mañana. En la calle había mucha gente esperando y nosotros nos colocamos en la cola. La tía Vanga había salido a la calle y de pie junto a la puerta de entrada recibía a quienes deseaban que les viera. Cuando llegó nuestro turno mi abuelo le pasó a la mano unos cuantos terrones de azúcar que traía de la casa y lo único que recuerdo de toda la conversación es que ella le dijo que nos mudáramos a Sofia. Al poco tiempo toda nuestra familia se trasladó a Sofia y quizás por la lejanía y el nuevo entorno en que fui a parar, por cierto tiempo me olvidé de la tía Vanga.

En 1972 debía tomar una decisión importante y necesitaba consejo. Me acordé de la tía Vanga y busqué el modo de encontrarme con ella. Logré entrar en contacto con Mitko (Dimítar Válchev) y él ayudó a que me recibiera. Llegué a la ciudad de Pétrich y vi que en los 15 años transcurridos habían ocurrido muchos cambios.

El don de clarividencia de la tía Vanga estaba reconocido por el gobierno y había sido nombrada colaboradora científica de la Academia de ciencias. En la calle delante de la casa había una garita donde un cajero emitía recibos a cada visitante. La tarifa para los ciudadanos búlgaros era de 10 levas, para los ciudadanos de países socialistas 20 levas y para ciudadanos de países capitalistas 60 levas.

Los medios reunidos eran destinados al presupuesto estatal y la tía Vanga recibía un sueldo. La recepción y el acto de ver ya se efectuaban a solas, en un cuarto especialmente dedicado a eso y no en la calle delante de todos.

Entramos donde la tía Vanga cuando había terminado de ver, y su aspecto era de gran cansancio. A pesar de eso ella me recibió amablemente y me invitó a volver a visitarla. Ni hoy puedo explicarme cómo nos a partir de aquel momento nos sentimos allegados y en los 24 años seguidos, hasta sus últimas horas en la Tierra, yo era uno de sus buenos y deseados amigos.

Sin quejarse de su suerte, la tía Vanga en más de una ocasión me ha contado de su vida. Se quedó a los dos años sin madre, creció en un pensionado, sintió “el cariño” de una madrastra, perdió la vista a los 12 años y por si fuera poco, Dios le encargó la misión de entrar en contacto con los muertos, presagiar el futuro de la gente y ayudarle. Quizás ese destino tan duro de la tía Vanga y los sufrimientos que la acompañaron desde que llegó a este mundo habían edificado en ella cualidades humanas propias de los santos. El don divino, la bondad, el deseo de ayudar a todos, la compasión y la magnanimidad eran un tesoro inapreciable de la tía Vanga y solo quien tuvo la posibilidad de encontrarse con ella sabe el regalo de Dios que era para los sufridores.

Durante los largos años en que traté a la tía Vanga, en los centenares de encuentros con ella en Pétrich y Rúpite, la he visto de distinto humor y disposición del ánimo, pero casi siempre estaba cansada de haber recibido diariamente a mucha gente que deseaba que le viera. La tía Vanga, gracias a sus dotes, captaba la pena de la gente que estaba esperando y sufría con ella.

Una vez en mi presencia le dijo al guarda el nombre de una persona que estaba esperando fuera que ya podía entrar, porque veía que la muerte estaba tocando a su puerta y antes de volver a casa, su hijo estaría muerto.

El orden establecido por el estado hacía muy difícil entrar donde la tía Vanga. Había que apuntarse con meses de anterioridad, y uno no podía saber cuándo llegaría el mal para reservarse una fecha de recepción. Los casos urgentes y las intervenciones la agobiaban adicionalmente porque era una persona que jamás rechazaba un ruego de ayuda. Además la tía Vanga recibía fuera de orden a los empleados uniformados del Ministerio del Interior, del Ministerio de Defensa, a los representantes del clero y a los extranjeros.

Ha habido casos cuando en mi presencia llegaba un coche del gobierno y la tía Vanga partía con Mitko a algún sitio; yo tenía que esperarlos todo el día. Cuando regresaba la tía Vanga nunca decía adónde había ido, con quién se había citado y de qué habían hablado. Semejante información tampoco ha salido de Mitko quien la acompañaba en todos esos viajes. La tía Vanga ayudó exclusivamente a Mitko pero él le dio muestras de gratitud con su cariño y fidelidad filial. Cuidaba de ella hasta su último aliento y después de su muerte, junto con Svetlín Rúsev, Neshka Róbeva y los restantes miembros de la Fundación «Vanga» dedicó muchos esfuerzos a la conservación y divulgación del legado espiritual y las obras buenas de la Profetisa.

Me permitiré relatar una cita memorable con la tía Vanga. Era casi mediodía cuando una vez fui a visitarla a su casa en Pétrich. La recepción de la gente había terminado y quedamos en que a las 5 de la tarde fuera a recogerla con el coche para dar un paseo por Rúpite. Llegué a la hora fija, el guarda me abrió la puerta de hierro de la calle y entré al patio. En la parte extrema del huerto vi a la tía Vanga de pie junto a un árbol. Me encaminé a ella pero me detuve porque la oí hablar sola. Evidentemente ella detectó mi presencia y me llamó por mi nombre para que me acercara. Estaba acariciando las hojas de un árbol de laurel según me dijo ella, y luego me contó muchas cosas, que en parte trataré de reproducir.

Me señaló el lugar delante de sí y me dijo que allí descansaba Mitko (su esposo Dimítar Gúshterov). Después de su muerte en 1962 no tenía la posibilidad de ir al cementerio y por eso había determinado por su tumba aquel lugar. Durante los años transcurridos a menudo iba allí para hablar con él, para compartir penas y alegrías. Aquel día había ido a decirle que su mayor deseo estaba cumplido: Mitko acababa de terminar la carrera de Derecho y que por cierto su vida no había transcurrido en vano. Él siempre quiso que criaran a un hijo y le dieran buena educación. Una hora antes Mitko había llamado por teléfono de Sofia para anunciarle haber aprobado su último examen.

Después la tía Vanga retornó al tiempo cuando con su esposo quisieron adoptar a Mitko. Aquello había ocurrido varios años antes de la muerte del esposo. Conocían bien a los padres del niño. Se citaron con ellos y les pidieron que se lo dejaran para cuidar de él, pero no me contó detalles de aquella cita; tampoco supe por qué no se lo habían llevado entonces.

Cinco meses después de la muerte del esposo, Mitko se fue a vivir a casa de la tía Vanga teniendo 13 años de edad y con él la tía Vanga vivió las inquietudes y alegrías de una verdadera madre. Me contó de los cuidados que había dedicado a Mitko, de su honestidad y obediencia. En sus palabras se notaba el orgullo por su graduación en Derecho y presagió que le es dado ser fiscal.

En cierto momento la tía Vanga se dirigió a Dios con palabras de gratitud por haber oído sus ruegos, que el dinero sufrido no se lo había llevado el viento, sino que había servido para la educación y un buen futuro y que…

Ese fue el único encuentro en el que la tía Vanga habló delante de mí de su esposo y del singular destino de Mitko. Hasta hoy no hallo explicación de su sinceridad y tantos años después de su muerte no dejo de preguntarme por qué compartió precisamente conmigo lo que acabo de relatar, por qué en aquel día me confesó también otros entrañables secretos que me llevaré a la tumba, porque no me es lícito hacerlos de dominio público.

***

Por supuesto, la tía Vanga tenía sus instantes de alegría y tristeza en la vida, pero voy a mencionar solo dos de ellos por haber dejado una huella duradera en mi conciencia.

Jamás olvidaré un día de la primavera de 1984 cuando la tía Vanga recibió la noticia del nacimiento de Kircho, el segundo hijo de Mitko. Me es difícil describir la alegría, la emoción y los sentimientos de esta santa mujer, pero estoy convencido que aquella ocasión la recuerdan las decenas de personas que llevaban varios días esperando para que les viera. La tía Vanga compartió con ellos la buena noticia y después, a pesar del cansancio causado por las personas recibidas antes, se sentó a verles y los mandó regresar a sus hogares. Así era la tía Vanga: de un gran corazón humano. Las buenas noticias la cargaban de nuevas fuerzas quizás porque ella misma había sido designada a únicamente a hacer bien en toda su vida.

El destino había decidido que fuera testigo de los durísimos últimos días de vida de la tía Vanga que transcurrieron en el hospital de Lózenets en Sofia.

El 3 de agosto la tía Vanga fue ingresada en el hospital y yo fui a verla el mismo día. Entonces ella compartió conmigo muchas cosas, pero lo que me impresionó y afligió infinitamente fueron las palabras que pronunció con las lágrimas corriéndole por las mejillas: «No me da pena morirme, sino dejar a Mitko (Dimítar Válchev) solo sin nadie que lo proteja de los dichos de…»: son personas cuyos nombres callaré.

Tanto de ese encuentro, como de los que siguieron, quedé con la sensación de la gran preocupación maternal y el desasosiego por lo que acaecería después de haberse ido ella de este mundo.

La tía Vanga veía lo inminente con los ojos del alma y quería prepararnos, pero a mí me era difícil aceptarlo. Aun sabiendo de su enfermedad traidora, no podía creer que nos dejaría solos sin poder recibir sus consejos en casos de desarreglo, ni la esperanza al sentirnos desesperados, ni el consuelo en la pena…

Mi última visita fue el 10 de agosto. Encontré a la tía Vanga en estado grave. Respiraba a través de una máscara de oxígeno y como si se hallara en otra dimensión. Me quedé allí unos minutos sin decir palabra y cuando ya me disponía a marcharme, con un gesto de la mano le hizo una señal a Mitko para que le quitara la máscara. Luego muy despacio y con voz muy agotada me hizo saber que al día siguiente se iría de este mundo, que yo tendría que encargarme de transportar su cuerpo y que Mitko sabía dónde enterrarlo. Con eso Mitko le volvió a colocar la máscara y, ya tranquila, me dijo adiós con la mano.

Me di cuenta que eso era el final y salí de la habitación.

A la mañana siguiente Mitko me llamó por teléfono para comunicarme que la tía Vanga había fallecido. Los acontecimientos que se dieron continuación confirmaron plenamente  las palabras que pronunció ella en los días y horas antes de expirar.

Y puesto que la tía Vanga quedó y aún permanece en la memoria humana ante todo con su don de profeta, a continuación contaré dos de entre los muchísimos sucesos que he presenciado, dejando claro que una de las predicciones se refería a mí personalmente.

En enero de 1955 decidí viajar a los Estados Unidos en plan de turismo y para visitar a unas personas cercanas que llevaban varios años viviendo allí. Deposité mis documentos en el consulado y pronto me informaron que debía presentarme a una entrevista. Al terminar la entrevista me comunicaron que se me negaba el visado. Eso no me lo esperaba y me sentí sumamente humillado. En aquel momento di salida a los sentimientos que se habían apoderado de mí y pronuncié palabras groseras y vulgares de los norteamericanos y su democracia. Abandoné el consulado, subí al coche y me fui a Rúpite, donde la tía Vanga, para compartir mi pena y buscar consuelo. Llegué al anochecer y desde lejos la vi sentada con Mitko en el banco delante de su casita. Al acercarme la oí decir riendo que ya llegaba allí el norteamericano. Contesté que jamás iría a América y empecé a contar lo sucedido con mi visado, pero ella me interrumpió diciendo que volviera a Sofia porque al día siguiente sí me iban a dar el visado. Al acordarme de lo que había hablado unas horas antes en el consulado, pensé que la tía Vanga me estaba tomando el pelo, pero cuando repitió que no solo recibiría el visado sino también una taza de café americano, partí hacia Sofia. A las 10 de la mañana siguiente me llamaron por teléfono del consulado y amablemente me invitaron a presentarme allí en relación con los documentos depositados con motivo del viaje a EE.UU. Allí fui recibido por un empleado que me acompañó donde el cónsul. Acto seguido me ofrecieron un café y se procedió a aclarar el malentendido, según su propia expresión. Antes de acabar el café ya tenía ante mí el pasaporte con el visado de entrada puesto y al cabo de unos cuantos días partí hacia América.

El otro suceso está relacionado con la primera visita del rey Simeón a Bulgaria. Si no mal recuerdo, fue en agosto de 1995. En uno de esos días de indescriptible alegría y esperanza que se habían apoderado de una parte del pueblo, entre la que me hallaba yo, me llamó una persona del comité de iniciativa para recibir al rey y me comunicó que al anochecer él iba a visitar a la tía Vanga en Rúpite. Por la tarde partí hacia allí para estar presente en el encuentro y expresar mi gran respeto al rey. Cuando llegué, estaban Mitko y Emanuil Devedzhiev. Fuertemente conmovido, les relaté la razón de mi llegada, pero por ellos supe  que también Devedhiev había recibido la misma información. Los tres empezamos a preparar el recibimiento y Mitko empaquetó un icono para regalárselo al rey de parte de la tía Vanga. Todo el rato la tía Vanga permanecía callada, pero en un momento dado nos preguntó qué era lo que nos estaba pasando, por qué andábamos como atontados. Luego nos dijo que no nos preocupáramos, que aquella tarde Simeón no iba a ir. Le pidió a Mitko que nos sirviera a todos un poco de whisky y se puso a relatarnos su encuentro con el rey Boris (el padre de Simeón, N. del T.). Fue cuando supe que al predecirle la tía Vanga unos importantes acontecimientos políticos, él le regaló una moneda de oro y la invitó a visitarle. La tía Vanga respondió que nunca había ido a Sofia y no sabría cómo encontrarlo, a lo cual el rey Boris le puso una tarjeta de visita en la mano y le dijo que nomás mostrarla allí, enseguida la iban a conducir donde él. De ese encuentro con el rey la tía Vanga solía hablar con buen sentimiento y asimismo con tristeza por su destino.

Algo más tarde me llamaron por teléfono y me comunicaron que había surgido un malentendido y el rey no iba a visitar Rúpite. Posteriormente me enteré de que ni siquiera le habían informado sobre la preparación de tal encuentro. Cuando le conté a la tía Vanga de aquella conversación, ella se echó a reír y le dijo Mitko que me regalara el icono como “recuerdo de mi encuentro con el rey Simeón”. Después mencionó algunas cosas que pasarían en torno a la llegada de Simeón a Bulgaria. Al despedirnos me dijo que no me irritara puesto que el rey iría a Rúpite en otra ocasión, pero ella no se encontraría con él. Entonces no la entendí correctamente y me puse a seguir con atención cuándo el rey iría a Rúpite, pero eso no sucedió en vida de la tía Vanga. En 2004 me enteré que había visitado Rúpite y con esa noticia vislumbré lo que me había dicho la Profetisa aquella tarde.

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